jueves, 25 de agosto de 2011

Sobre la risa

Cuando el sujeto F salió del pozo, hacía ya mucho tiempo que nadie lo buscaba ni creía verlo, las cajas de leche con su retrato se agotaron en un brote repentino de acidez de estómago generalizada y las vallas publicitarias dónde se pedían datos sobre su paradero ahora anunciaban corridas de toros en cirílico. Evidentemente, el tema musical en su honor no consiguió ser canción del verano, debido, en parte, a que la mayoría de los intérpretes cancelaron sus galas estivales y habían abandonado el país por miedo a acabar en prisión.

Ante semejante desinterés, no tuvo ningún miedo a que le reconocieran y emprendió la marcha. A lo lejos avistó palmeras, toboganes gigantescos y cientos de edificios con ventanas diminutas y enormes toldos de colores chillones. Lo que a todas luces parecía un lugar atroz, despertó la curiosidad de Felipe y pensó que después de tanto tiempo bajo tierra, no podía morir sin haber visitado Benidorm, o algo parecido.

Por el camino encontró una chistera que le permitió protegerse del sol y una jaula con un canario que, como ya estaba seco, no iba a estar peor en su bolsillo.

Ya era de noche cuando, por fin, llegó. Pese a estar sudado y muerto de sed, Felipe no osó bañarse en el mar a oscuras por su miedo primario a las criaturas marinas que pican, muerden y se introducen por cualquier orificio expuesto. Optó por ir a tomar un trago.

Felipe entró en un enorme disco-bar y canjeó su ticket de entrada por una zarzaparrilla.

— Me agrada tu bebida y tu sombrero —le dijo de repente una mujer —¿No tendrás acaso un conejo en él para mí?

— Pues no, mira por donde —respondió Felipe — Pero tengo un canario en el bolsillo que, a buen seguro, te alegrará la noche —dijo, mostrando el pájaro.

En ese momento, la mujer comenzó a llorar.

— ¿Por qué lloras? No he sido yo, lo encontré así —dijo Felipe.

— Lloro de risa, ¿no ves que no se me ha corrido el rímel? —contestó ella entre sollozos.

— Me alegro —dijo Felipe aliviado — En estos tiempos, con el rímel a prueba de lágrimas, es difícil darse cuenta. Dime, vengo maloliente y escocido de un viaje muy largo pero me da miedo bañarme en el mar. ¿Qué puedo hacer?

— Refréscate con mi sudor y prueba mi piel, es salada —propuso la mujer.

Entonces Felipe se acordó de que el agua de mar cura las heridas y se fue con ella tierra adentro.





jueves, 18 de agosto de 2011

Sobre el pozo

La mujer siguió el rastro de pieles de plátano sin saber muy bien a dónde le llevaba pero con el suficiente cuidado de no resbalar.

El camino de basuras amarillas se detenía a los pies de un pozo. No estaba segura de si debía tirar una moneda o llenar el cubo. Lanzó un zloty y pidió un deseo, que el agua que sacara tuviera burbujas.

El pozo aulló, claro signo de que estaba seco.

La mujer se asomó y, aunque no esperaba encontrar agua, lo que vio al fondo era lo último que hubiera imaginado. Acurrucado y dolorido por el golpe, yacía un hombre desnudo que le resultaba familiar pese a la barba de ermitaño que llevaba atada al cuerpo a modo de maillot de halterofilia.

— Yo te conozco, eres el señor al que todo el mundo busca, todos encuentran pero que nunca aparece —dijo la mujer.

—Yo a ti también —respondió el hombre — Eres la mujer que sonreía y hacía que los demás sonrieran, la que lloraba e hizo que los otros le sonrieran a ella, que volvió a sonreír y alegró la vida a mucha gente, que de nuevo lloró y contagió su llanto, la que descubrió el remedio y volvió a sonreír como nunca antes lo había hecho. ¿Por qué ya no sonríes?

— Porque estoy cansada  y sedienta, porque casi me mato esquivando todas las pelarzas que algún desalmado ha sembrado por el camino, porque no me queda dinero y no veo ningún pozo en los alrededores y porque para uno que encuentro, en lugar de agua con gas, me topo con un adefesio escondido. Y tú, ¿por qué no sales?

— Porque enfermé de micosis y me salió un hongo tan grande entre los dedos de los pies que, cuando conseguí arrancarlo, aproveché para vestirlo con mis ropas y fingir mi propia muerte. Ahora me siento culpable por el fallecimiento de la familia del forense que hizo un revuelto con el maniquí-seta y, además, disfruto de mi popularidad. Si aparezco ahora de repente, volveré a ser un don nadie y me acusarán de haber envenenado a un padre, una madre y a sus dos hijos.

— Tu verás lo que haces —replicó la mujer — Pero cualquier forense de pro sabe que no puede comer nada que pase por su mesa de operaciones sin que antes haya macerado un tiempo en formol. Ahora me voy, allá a lo lejos veo un rastro de cáscaras de pipa y seguro que conduce a un pozo o, por lo menos, a un supermercado.

— Espera —dijo el hombre, hurgándose la barba — Toma tu moneda, gástala en Perrier y no busques más pozos, están llenos de gente escondida. Ya se que no es tu bebida favorita, pero te puedo ofrecer una soda que alguien dejó aquí olvidada.

La mujer tomó la moneda y la gaseosa y siguió su camino. El hombre pensó que, tal vez, aquella bebida a base de agua carbonatada y azúcar iba a hacer que la mujer sonriera, por lo menos hasta el supermercado más cercano. Entonces, se le ocurrió que si se cortaba la barba y fabricaba una cuerda con ella, podría trepar hasta la boca del pozo.


miércoles, 17 de agosto de 2011

Sobre la misteriosa desaparición

En el mismo instante en el que el forense y su familia sucumbían a una intoxicación alimentaria causada por una seta venenosa, se  hacía oficial la desaparición del sujeto F.

Su foto se publicó en las cajas de leche,  en un hueco del periódico local justo debajo de las esquelas las víctimas del hongo asesino y en pasquines que la gente tomó por una despedida de soltero más. Se mandaron cadenas de mensajes que amenazaban con años de calamidades a quién no aportara pistas sobre su paradero e invitaban, al mismo tiempo, a comprar medicamentos milagrosos, lavar dinero de funcionarios nigerianos en apuros y casarse con jóvenes venidas de países fríos.

Hasta los astros de la canción popular olvidaron sus diferencias y grabaron una canción polifónica de gran éxito en la que animaban a participar en la búsqueda. Las principales cadenas de televisión emitían a diario el videoclip justo antes del bloque informativo consagrado a la actualidad futbolística.

Tanta difusión tuvo como resultado el colapso de las líneas telefónicas habilitadas para recabar información sobre el desaparecido.

Unos decían que lo habían visto jugando a la petanca luciendo bigote y camiseta a rayas, otros que lo vieron salir corriendo por la ventana de la casa de la mujer de un cabo paracaidista del 1er RHP de Tarbes cuando el marido regresó por sorpresa de Afganistán, algunos juraron que era él quien rompía platos en un Bar Mitzvah celebrado en una sala de fiestas rusa de Cambrils, más de uno aseguró que se lo cruzó en Barcelona en una procesión de jóvenes polacos capitaneada por monjas y cantando himnos religiosos, hay quién afirma que compartió con él unas horas de viaje y charlaron de lo humano y lo divino.

En una cosa todos coincidían, lo vieron el mismo día, a la misma hora y en lugares diferentes.

Mientras tanto, el sujeto F no se atrevía a salir del pozo en el que había caído pensando que la que había liado era muy gorda.


domingo, 14 de agosto de 2011

Sobre la micosis

Al ver aquella cosa sobre la mesa de operaciones el forense pensó que eso, más que una persona, parecía una Colmenilla. Comparando lo que tenía delante con la documentación del difunto se percató de que, hacía no mucho tiempo, aquel individuo estaba tan lozano que hubiera podido ser calificado de Boletus.

Empezó el examen por los pies, que es por donde suelen comenzar los ataques de hongos. Poco tardó en percatarse de que, en efecto, la infección empezó allí y que el fiambre no se cortaba las uñas de los pies con tijeras. Tampoco se las mordía, como era evidente en las uñas de las manos. Fue en ellas dónde encontró la respuesta con sus pinzas especiales. En lugar de pelos púbicos, trozos de piel o trazas de fluidos corporales, extrajo fragmentos de uñas de pie claramente identificables por los restos de calcetín negro que las tintaban de verde.

Encendió el dictáfono y declaró con tono solemne que el sujeto F se cortaba las uñas de los pies con las de las manos y que las de las manos las cortaba con los dientes. Apagó el dictáfono y fue a por su sierra.

Repasó el informe que describía a un varón caucásico de mediana edad, manos pequeñas, ojos rasgados, tez amarillenta, vientre prominente, alopecia rampante y vello abundante. Por mucho que se esforzara en imaginar a una especie de Homer, no dejaba de ver una seta arrugada de grandes proporciones allí tirada.

Mientras cortaba la tapa craneal se veía a él mismo sacando aquello del bosque en una cesta de mimbre, llegando al pueblo entre vítores y aclamaciones, posando orgulloso junto a su hallazgo para el periódico local y comiéndoselo.

El cerebro no aportó gran cosa, salvo por unos pliegues excesivamente sinuosos que podrían achacarse a la infección o a una mente retorcida. Tomo una muestra con el escalpelo y la depósito en un frasco de cristal para que el laboratorio despejara dudas.

Pasó a abrir la caja torácica cortando las costillas y el esternón, retiró todo el mondongo y no se sorprendió de que los órganos estuvieran en tan mal estado. Entonces, descubrió algo inquietante, el corazón estaba remendado y sostenido por una mano. Que estuviera cosido no le extrañó, estaba acostumbrado a encontrar tijeras, agujas, anillos y otros enseres olvidados por sus colegas matasanos. Pero nunca había visto un corazón en un puño dentro de un cuerpo.

Contó las manos del cadáver y le salieron dos. Además, el miembro que no tenía que estar allí llevaba las uñas pintadas y un reloj, los vecinos habían declarado que el sujeto F jamás usaba reloj y que por ello les resultaba sospechoso. Tomó de nuevo su dictáfono y afirmó tajante que eso no era un hombre, era un Rebollón.

sábado, 13 de agosto de 2011

Sobre los rosales en los viñedos

Se dice que hubo una época en la que estuvo de moda plantar rosales en la cabecera de cada línea de viñas.

Se supone que son más sensibles a las plagas que la vid y por ello, si el rosal está sano, no es necesario fumigar.

Se especula que no es más que un mito, aunque despierte la curiosidad de los turistas de ciudad que circulan por aquellos parajes.

Se cuenta que uno de Zaragoza plantó un rosal en la entrada de su apartamento para alejar el mal o, por lo menos, para darse cuenta del momento en el que la enfermedad llamara a su puerta.

Se sabe que esta persona acabó devorada por los hongos que, empezando por sus pies, encontraron un medio propicio para multiplicarse.

Se nota que no hay nadie que riegue el rosal porque está prácticamente liofilizado pero sin signo de contagio aparente.

Se puede afirmar objetivamente que plantar un rosal no nos salvará.


viernes, 12 de agosto de 2011

Sobre la memoria

Ojalá la película empezara por el final y estuviera cubierto de marcas con las que poder ir reconstruyendo la historia y a los dos minutos no me acordara de nada...

Mi memoria de pez no da para mucho, aún así cumple con lo cometido y no me deja tranquilo.

Entonces lo hago al revés, cuando no hay que recordar, tengo la necesidad de acordarme de que siempre queda un hueco de piel que ocupar con algo que me recuerde que debo olvidar.

lunes, 8 de agosto de 2011

Sobre los ojos chinos

Felipe esconde sus ojos chinos detrás de unas gafas ojos chingos impresos. Los ojos chinos son de gran utilidad a la hora de mirar al sol ya que no existen gafas de ojos chingos graduadas. Al igual que los ojos chinos, las gafas de ojos chingos no transmiten emociones, por lo que Felipe está pensando en pasar por la óptica y encargar unas gafas de ojos saltones con muelles para miopes faltos de expresividad.

Lejos del chiste fácil y de mal gusto, la reacción química de la dieta bananera y la radiación solar estival han tintado de amarillo la piel de Felipe, dándole un aspecto peculiar aunque, en cierto modo, más coherente. Felipe nunca acaba de fiarse de esta coloración y teme que algún día sea su hígado el que decida pasarle factura por tantos años de sobreexplotación inundándole de azufre.

Cuando dos personas de ojos chinos se miran no saben si se están desafiando, si están tristes o deseosos. El acercamiento es inevitable y la respuesta sólo llega en forma de olor cuando la nariz está pegada al cuello del interlocutor. No dejan de mirarse pero son las manos las que hacen guiños, los dientes bizquean y la lengua se pone en blanco.

En un momento como este, sería conveniente llevar un parche para no perder de vista los elementos periféricos de la escena y poder recordarla cuando la mujer de ojos chinos ya esté lejos, en Yakutia, y Felipe vuelva a la estación donde el transiberiano no tiene parada.